martes, 19 de marzo de 2013

Como una ola.

De las que arrasan y borran los recuerdos que dibujamos en la arena: una fecha, un nombre, unas huellas... No importa, con todo acabas.
Como una ola destruyes, erosionas, y golpeas mis frágiles tobillos. Me rozas, me acaricias, y me haces cosquillas entre los dedos de mis pies.
Y yo soy de las que le gusta oírte gritar ferozmente de noche y escucharte susurrar al amanecer, en calma.
Eres como la ola que entra en cólera y acaba en mera espuma. Por eso, unas veces te noto tan temeroso y otras yo tanto te temo. Necesitas de tu tiempo para relajarte, descansar los hombros, dejar de fruncir el ceño y abrir tus puños. Así aprendí a no subestimarte, pues como una ola, eres potencialmente peligroso. Comprendí que hacerte frente es sin duda un riesgo. No uno imposible, ya que siempre puedo saltarte.
Eres como una ola que me arrastra hasta la orilla, y me salva cada vez que siento que me ahogo en las profundidades de mí misma. Sálvame de mis tormentos y de mi afán a tanto pensar.
En definitiva, eres la ola que contemplo desde lo lejos, sobre mi toalla, totalmente hipnotizada con tu movimiento de vaivén. Eso es.
Vas y vienes, como una ola.

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