Dos cristales enormes por los que ya no pasa la luz, ni se
ven bonitos paisajes, placenteros y relajantes. Por los que no puedes ver aquello que te agrada ni te hace feliz, sino
todo lo contrario, ya que con el tiempo se han ido ensuciando por haber ido acumulando demasiadas imágenes desagradables, que han hecho a los cristales
totalmente opacos.
Y lo ves. Te das cuenta de que necesitas limpiarlos, y aún
así prefieres correr unas cortinas y hacer como si nada, como si pudieras
seguir viendo a la perfección un enorme Sol radiante. Así que bajas los párpados y sonríes.
Pero no se trata de fingir. Por muy fuertes que nos creamos,
debemos saber que no hay nada más triste que aquel que, (cuando no es así), quiere
mostrarse feliz ante los cristales de los demás.
Que un día de lluvia no hace daño, (a muchos).
Por eso, desde aquí os animo a todos a que lloréis, ya que es
algo con lo que nacimos sabiendo.
Llorad de la risa, del miedo o de la tristeza
–preferiblemente de lo primero-, pero vaciaos. No importa si sois chico o chica, eso es una tontería, son los hombres de verdad los
que también lloran.
Así que limpiad vuestros ojos y dejad que llueva en ellos. Abrid
las cortinas y quitaos todas esas motas de polvo que os molestan, porque no os
dejarán ver todo lo bonito que está por venir: Una persona, un lugar, una
oportunidad...
¿No es cierto que después de llorar ves las cosas un pelín
más claras? ¿O acaso no reconoces mejor a las personas que de verdad importan
de las que no? ¿Nunca te prometiste que ‘por esa persona no volverías a
derramar ni una sola lágrima’? Y cuántas veces rompiste esa promesa…
En fin, aquí cada uno
es libre de desahogarse como quiere/puede. Yo os reconozco que soy una llorona,
pero qué le voy a hacer, si siempre quiero tener mis cristales relucientes.