¿Y qué te voy a contar yo de la vida? ¿Acaso
tendría yo algún derecho? Si ni siquiera he sobrevivido dos décadas seguidas a esta
aventura a la que llamamos ‘vida’.
A mí que me cuenten, porque ando muy vacía. Y ya
sé que esto no ha hecho nada más que empezar...
Si hay algo que sabemos todos y con total
seguridad, es que la vida nos da tantos palos como para poder construirnos una
bonita cabaña, y que no cunda el pánico, que con todas las pequeñas astillas podremos decorarla
a nuestro gusto.
No pretendo que mis palabras tengan cierto
regustillo a melancolía, lo único que quiero plasmar es un trocito de la cruda realidad. De
hecho, lo que voy a decir ahora no deja excluido a nadie, ni nos es ajeno, ni
mucho menos nos resulta indiferente.
Te voy a preguntar: ¿cuántas veces te has sentido
roto por dentro?
Como si una bomba hubiera detonado dentro de ti,
y no hubieras estado a tiempo de pararla, de cortar el cable amarillo, rojo o
azul.
¿Cuántas veces te has sentido vacío, sin rumbo o
totalmente desorientado? Como si fueras una brújula que perdió sus cardinales,
y el primero: el norte.
En mis dieciocho años han sido muchas y (¡madre
mía!), las que me quedan.
¿Y por qué nos sentimos así a veces? ¿Tan a ras
del suelo? ¿Es sólo un pequeño descenso para coger impulso y después volar muy
alto?
Me pregunto: ¿qué es lo que nos hace caer, a
veces, tan en picado? Si no te has levantado con el pie izquierdo; si has
conseguido pillar sitio en el autobús; si resulta que ese examen que pensabas
tan catastrófico lo has aprobado por los pelos y, si te has encontrado un
billete de cinco euros olvidado en el bolsillo de tu pantalón… ¿qué
demonios podría estropearte el día?
Yo he sido víctima de uno de esos días en los que, en un momento, crezco tan deprisa y me vengo tan arriba, que me da vértigo
bajar. Pero para eso ya están algunos, que nos dan ese pequeño impulso para
saltar, (y a mí los deportes de alto riesgo no me van mucho, la verdad).
Y es que a veces, te la pegas contra el suelo y
sólo pueden despegarte con una espátula...
Sencillamente, unas palabras pueden estropearnos
el día. Ya hace tiempo que tendríamos que habernos fumigado el alma contra ese
gusanillo de la curiosidad. A veces, me gustaría olvidar cómo leer ciertas
cosas. Sería una ignorante, pero feliz al fin de cuentas.
Y es que no hay nada, ni si quiera un puñetazo en
la nariz, ni en el punto donde concluye la línea que baja desde tu ombligo, que
duela más que la decepción. Échale a ella las culpas de tus heridas abiertas, o
de las que están a medio cerrar, pese a todos los años que has necesitado.
Cuando alguien te decepciona, y te dice algo que
no corresponde a la concepción que tenías de su persona, te sientes un poco más
cerca del suelo. Digamos que a la altura de un quinto piso.
Cuando alguien te hace algo que no es propio de
él y te das cuenta de que te lo puede volver a hacer, (no dos ni tres, sino que
puedes multiplicar el número de veces), ahí sientes que puedes bajar por las
escaleras.
Creer conocer a una persona, creer llegar a entenderla e incluso
pensar que el sentimiento podría ser mutuo, y de repente… un cubo de agua fría
te da en la cara para que te despiertes. Quizás esa sea la única vez que
prefiera un despertador…
Ya no sabes qué hacer. ¿Insistir? o ¿dejarlo
estar? ¿Podría recapacitar y volver a ser como antes? ¿Olvidar este desliz,
taparlo con tiritas y hacer como si nunca hubiera pasado? Podríamos vivir con
ello, sí, pero… ¿merecería la pena?
Gracias a Dios no sufro de Alzheimer y, si
difícilmente olvido los buenos momentos, mucho menos lo haré con los malos.
Pero, ahí está la esencia del perdón. La palabra mágica que podría atragantar a
un orgulloso, y remendar tantos descosidos.
Vale, lo reconozco, me he puesto un tanto
dramática pero, es lo que tiene escribir a altas horas de la mañana. ¡Malditas
noches de insomnio!
Confesaré que últimamente, suelo tener muchos de
esos días. Días que son buenos a ratos, y catastróficos a tiempo parcial.
Supongo, que tú también los has tenido. Ya te dije que de esto no se salva
nadie.
Y volviendo a la pregunta del principio. Lo
primero que deduzco de la vida, es que no siempre se sale victorioso. Es una
batalla de la que sales con cientos de rasguños, pero que con el apoyo de
muchas personas, al final sanan.
Sin embargo, para todos aquellos que me han brindado
uno de esos días y me han regalado alguna que otra herida, sabed que os
perdono. A los que yo misma he
decepcionado… bueno, ahí va: perdón.
Siempre es más difícil pedir perdón que perdonar, o suele serlo. Aunque lo que más cuesta es perdonarse a uno mismo por lo que hemos llegado a hacer.
ResponderEliminarTienes razón, pedir perdón es muy difícil, pero creo que es una palabra preciosa y deberíamos decirla más, porque es mucho lo que puede arreglar! (Hay que tragarse el orgullo, que no engorda!) :)
EliminarSin embargo, creo que perdonar también es igual de complicado en algunas ocasiones, pero hay que aprender a hacerlo, sobre todo con nosotros mismos para así sentirnos mejor y crecer, no? Un saludo!